miércoles, diciembre 16, 2009

HACIA UNA NUEVA ETICA DEL AGUA Por Javier Marquez

Presentación
Cuando iniciamos la campaña en defensa del agua como bien público asumimos varios retos a la vez. El primero tiene que ver con la renovación y recuperación del estudio y el debate político ambientalista, que pasa por la recuperación del pensamiento producido por nuestros/as pensadores/as en todos los campos del saber y del conocimiento científico, del conocimiento básico de nuestro paisaje, sus ecosistemas y culturas, base nutricia de los movimientos sociales desde la perspectiva de la ecología política; y por la construcción de propuestas que promuevan el buen vivir de todos y todas, y ello sólo es posible si comprendemos nuestros vínculos orgánicos con los territorios que habitamos y sus bienes comunes. Óscar Olivera sintetiza muy bien el imperativo que nos reta, cuando dice que no puede haber protesta sin propuesta.
El otro reto, es evidente, nos pone como ambientalistas cara a cara con otros movimientos políticos y sociales de Colombia y el mundo, y nos insta a hablar de manera clara y propositiva de acuerdo con nuestra perspectiva, sin pretender que sea “la perspectiva”. Exige un esfuerzo de escucha, tolerancia, comprensión, y deliberación muy bien argumentadas. La campaña en defensa del agua como bien público tiene en su haber un primer gran logro, cuando puso en la agenda de país la defensa de este bien común, y si bien se puede decir que estamos apenas en los comienzos de la gran deliberación nacional que se ha suscitado, ya es un tema ineludible en la perspectiva de la construcción concertada de una política nacional, colombiana, del agua, hecha por el pueblo soberano, con la participación creativa de los más amplios sectores sociales de Colombia.
Con certeza este proceso nos llevará, nos está llevando, a la construcción social de movimientos con inusitadas y creativas maneras de acción social y política, capaces de unir en un propósito nacional la gran diversidad de procesos, redes, plataformas, organizaciones y comunidades. Hombres y mujeres de toda Colombia se vinculan desde sus terruños a este propósito de defensa del agua como bien común y derecho humano, y se hacen arte y parte de los movimientos mundiales que resisten a la globalización económica capitalista.
Desde el comienzo de la campaña en defensa del agua como bien público, sentí que habíamos elegido un camino certero para repensar nuestra acción, nuestra propia ecología política, que tiene que tener como base una ética ambientalista apropiada a nuestra historia y a nuestra realidad presente.
En este texto, sin muchas pretensiones académicas, mas sí ideológicas y políticas, quiero expresar la urgencia de una ética del agua como base de nuestra actuación en la defensa de los bienes comunes y en la construcción de nuevas relaciones entre los seres humanos, y entre las sociedades y las comunidades con la naturaleza que nos contiene orgánicamente y nos permite ser y estar en el mundo.
Javier Marquez: Antropólogo. Miembro fundador de la Corporación Ecológica y Cultural “Penca de Sábila”.
1. ¿Qué es el agua...?
Es necesario comenzar planteando una serie de interrogantes que nos permitan un diccionario común para saber de qué estamos hablando cuando mencionamos la palabra agua. Tras ella hoy se debaten nociones y conceptos en un contexto conflictivo, a causa de los intereses en confrontación a nivel planetario. El agua es fuente de vida, esa es la mejor definición que hemos encontrado, aunada a estimarla como un bien vital que por siempre ha sido considerado común a la humanidad, común a todos los seres vivos.
Pero, ¿qué es el agua? Ese elemento que todos los días y a todas horas nos acompaña, nos humedece, nos alimenta y limpia, nos refresca y nos calienta, nos alegra y tranquiliza. ¿Qué es el agua? ¿Una sustancia? ¿Un elemento? ¿Una juntura de elementos químicos? ¿Un líquido? ¿Un sólido? ¿De qué materiales está hecha esta cosa que nos da ingeniosidad, nos despierta, nos moja, nos duerme, nos desespera? ¿Qué es esa cosa de la que estamos hechos, como dicen los que saben, en un 60 o 70 por ciento?
La química la define como una sustancia que proviene de la reacción del hidrógeno y el oxígeno. Su fórmula es H20, su peso molecular es 18 g/mol. Es al mismo tiempo un ácido, un hidróxido, una sal y un óxido, es decir, es una cuadratura más compleja que la santísima trinidad.
Nos sirve de base para medir la densidad de las sustancias y el calor, y éste la hace pasar constantemente del estado líquido al sólido y al gaseoso. Es vapor, hielo, líquido, granizo, nieve, lluvia, quebrada, río, mar, nube, cielo.
Es también la sustancia que tiene más calor específico, es decir, la que más calor necesita para aumentar un grado y la que más desprende calor al disminuirlo. Tal vez por esta razón es la sustancia que escogió la vida para ser contenida, porque es la que más capacidad tiene de amortiguar los cambios de temperatura. Esta mágica sustancia es vida, simboliza vida. Sin ella no existiríamos y no podríamos estar en comunicación. Podemos afirmar que somos la inteligencia del agua. Como lo expresa José Antonio Cobeña:
Existe una realidad irrefutable en el ser humano: su cuerpo está compuesto en un 60 por ciento de agua, el cerebro de un 70 por ciento, la sangre en un 80 por ciento y los pulmones en un 90 por ciento. Si se provocara un descenso de tan sólo un 2% de agua en el cuerpo se comenzaría a perder momentáneamente la memoria y de forma general se descompensaría el mecanismo de relojería corporal. Todo lleva a una reflexión muy importante: el agua nos permite ser inteligentes. Y la disponibilidad del líquido elemento en el planeta que habitamos es la siguiente: hay 1.400 millones de kilómetros cúbicos de agua, de los cuales el 97 por ciento es agua salada. Del 3 por ciento restante de agua dulce, tres cuartas partes corresponden a agua congelada en los Polos o a recursos inaccesibles que, por lo tanto, tampoco se pueden beber. Eso nos deja a los humanos cerca de un uno por ciento del total de agua en la Tierra para usar. Es decir, existe una descompensación en la situación y disponibilidad del uno por ciento mágico que permite desarrollar la inteligencia, todos los días.
Siempre, en los mitos acerca del origen, en los hechos primordiales que explican la existencia de las diversas culturas humanas, encontramos el agua, dioses y diosas de la lluvia, los mares, lagunas y humedales presentes en la explicación de nuestra existencia como especie y como cultura(s); nuestras necesidades y sueños, nuestros miedos y esperanzas siempre nadan en el caldo acuático.
Veamos esta recreación del Popol Vuh:
—¡Hágase así! ¡Que se llene el vacío! ¡Que esta agua se retire, que surja la tierra y que se afirme! ¡Que aclare, que amanezca en el cielo y en la tierra! ¡No habrá gloria ni grandeza en nuestra creación y formación hasta que exista la criatura humana, el humano formado! —así dijeron los dioses.
Luego la tierra fue creada por ellos.
—¡Tierra! —dijeron, y al instante fue hecha.
Como la neblina, como la nube y como una polvadera, fue la creación, cuando surgieron del agua las montañas, y al instante crecieron. Solamente por un prodigio, sólo por arte mágico se realizó la formación de las montañas y los valles, y al instante brotaron juntos los cipresales y pinares en la superficie.
Primero se formaron la tierra, las montañas y los valles; se dividieron las corrientes de agua, los arroyos se fueron corriendo libremente entre los cerros y las aguas quedaron separadas cuando aparecieron las altas montañas. Así fue la creación de la tierra, cuando el cielo estaba en suspenso y la tierra se hallaba sumergida dentro del agua.
El antropólogo Luis Guillermo Vasco recoge así el mito guambiano publicado en su página web. Primero era la tierra… y eran las lagunas, grandes lagunas. La mayor de todas era la de Nupisu Piendamó en el centro de la sabana, del páramo, como una matriz como un corazón, es Nupirrapu, que es un hueco muy profundo.
El agua es Vida. Primero eran la tierra y el agua. El agua no es buena ni es mala. De ella resultan cosas buenas y cosas malas. Allá en las alturas, era el agua. Llovía intensamente, con aguaceros, borrascas, tempestades. Los ríos venían grandes, con inmensos derrumbes que arrastraban las montañas y traían piedras como casas; venían grandes crecientes e inundaciones. Era el agua mala. En ese tiempo, estas profundas guaicadas (hondonadas entre dos montañas) y estas peñas no eran así, como las vemos hoy, todo esto era pura montaña, esos ríos las hicieron cuando corrieron hasta formar el mar. El agua es vida. Nace en las cabeceras y baja en los ríos hasta el mar. Y se devuelve, pero no por los mismos ríos sino por el aire, por la nube.
Subiendo por las guaicadas y por los filos de las montañas alcanza hasta el páramo, hasta las sabanas, y cae otra vez la lluvia, cae el agua que es buena y es mala. Allá arriba, como la tierra y el agua, estaba él-ella (El Pishimisak es la unidad perfecta, el par perfecto; encierra en su ser los dos principios, lo masculino y lo femenino, que juntos dan la multiplicación; pero, a la vez, se conforma en dos personajes: el Pishimisak propiamente dicho y el Kallim).
Es el Pishimisak, a la vez masculino y femenino, que también ha existido desde siempre, todo blanco, todo bueno, todo fresco. Del agua nació el kosrompoto, el Arcoiris que iluminaba todo con su luz; allí brillaba, el Pishimisak lo veía alumbrar.
Dieron mucho fruto, dieron mucha vida. El agua estaba arriba, en el páramo. Abajo se secaban las plantas, se caían las flores, morían los animales. Cuando bajó el agua, todo creció y floreció, retoñó toda la hierba y hubo alimentos aquí. Era el agua buena.
Antes, en las sabanas del páramo, el Pishimisak tenía todas las comidas, todos los alimentos. El-ella es el dueño de todo. Ya estaba allí cuando se produjeron los derrumbes que arrastrando gigantescas piedras formaron las guaicadas. Pero hubo otros derrumbes. A veces el agua no nacía en las lagunas para correr hacia el mar, sino que se filtraba en la tierra, la removía, la aflojaba y entonces caían los derrumbes. Estos se desprendieron desde muchos siglos adelante, dejando grandes heridas en las montañas. De ellos salieron los humanos que eran la raíz de los nativos. Al derrumbe le decían pirran uno, es decir, parir el agua.
A los humanos que allí nacieron los nombraron los Pishau. Los Pishau vinieron en los derrumbes, llegaron en las crecientes de los ríos. Por debajo del agua venían arrastrándose y golpeando las grandes piedras, encima de ellas venía el barro, la tierra, luego el agua sucia; en la superficie venía la palizada, las ramas, las hojas, los árboles arrancados y, encima de todo, venían los niños, chumbados.
Los anteriores nacieron del agua, venidos en los shau, restos de vegetación que arrastra la creciente. Son nativos de aquí de siglos y siglos. En donde salía el derrumbe, en la gran herida de la tierra, quedaba olor a sangre; es la sangre regada por la naturaleza, así como una mujer riega la sangre al dar a luz a un niño.
Los Pishau no eran otras gentes, eran los mismos guambianos, gigantes muy sabios que comían sal de aquí, de nuestros propios salados, y no eran bautizados. Ellos ocuparon todo nuestro territorio, ellos construyeron todo nuestro Nupirau antes de llegar los españoles. Era grande nuestra tierra y muy rica. En ella teníamos minas de minerales muy valiosos, como el oro que se encontraba en Chisquío, en San José y en Corrales, también maderas finas, peces, animales del monte y muchos otros recursos que sabíamos utilizar con nuestro trabajo para vivir bien.
Leamos de la obra Los Kogui, una tribu de la Sierra Nevada de Santa Marta, de Gerardo Reichel-Dolmatoff: Así fue como se formó el mundo. Como nació Sintána; como consiguió la Tierra Negra y como nacieron los Buenos y los Malos Mamas. Pero no había comida todavía. Sólo había gente, hombres y mujeres. Entonces Nyíueldue tomó una mujer y un hombre y con ellos hizo comida. Tomó la mujer y de su canilla hizo la yuca, de su muslo el ñame, de sus brazos otra clase de ñame, de sus manos otra clase de yuca, de sus riñones la batata, de sus intestinos los fríjoles, de su talón la papa, del dedo de su pie la malanga, de sus ojos el árbol totumo, de su saliva el algodón, de su pelo la coca, de sus senos la totuma, de su cabeza el ñame de cabeza y de su vagina una fruta que ya no hay. Entonces tomó al hombre y de él hizo el maíz. De su tejáuaw hizo el ñame de bejuco. Entonces cogió los corazones de ambos y de ellos hizo gente. Así Nyíueldue hizo la comida y todos comieron y sembraron las semillas.
Entonces, como todavía no había agua dulce en la tierra, la Madre mandó bajar a Satuviá. Satuviá hizo las lagunas en el Páramo y de las lagunas hizo nacer ríos que bajaban al mar. Así había agua para beber. Entonces la Madre mandó a JaIyuintána para que se hiciera cargo del mar. Entonces la Madre mandó a Kassaúgi a la tierra y Kassaúgi hizo todos los árboles.
Por la ecología sabemos que la vida se originó en el agua y que ella es condición de su permanencia. Si obramos con la plena conciencia de ser parte de la inteligencia de la vida, si por nosotros y nosotras habla, se expresa y comunica el agua base de la vida, entonces podemos defender sus derechos, pues son nuestros derechos a la vez. ¿Cómo separarnos de ella si ella somos y navegamos en ella y por ella en la biosfera? Tan sencillo de comprender y tan difícil de hacer norma, derecho y jurisprudencia.
Hoy se enfrentan dos visiones sobre la sustancia de la vida; la pregunta que nos hace Leonardo Boff es clara para comprender estas dos visiones y sus derivaciones en múltiples matices. “¿Es fuente de vida o fuente de lucro? ¿Es un bien natural, vital e insustituible o es un bien económico y una mercancía?” (Boff, Leonardo, Agua ¿vida o mercancía?) Éste es el quid del asunto.
Los valores y principios en juego, las concepciones sobre la felicidad y el progreso, la noción de desarrollo, el presente y el futuro de la humanidad y de la vida misma del planeta Tierra se expresan en este debate sobre el agua. Estamos sin duda ante una crisis planetaria expresada dramáticamente en la situación del clima, en la pérdida creciente e irreversible de la biodiversidad, en la pérdida cada vez mayor de cantidades de agua por su contaminación, en la pobreza creciente, en el hambre y las enfermedades. Todo ello es manifestación de la crisis de una sociedad anclada en la explotación de los seres humanos por una lógica de acumulación de riqueza, en la dominación de las mujeres desde una cultura y una ideología patriarcales, en el racismo y en la dominación de la naturaleza. A partir de estos valores se construye la justificación de la guerra —otra expresión de la crisis de las sociedades humanas—, y del modelo económico hegemónico que, a la par que genera exclusión y miseria, depreda ilimitadamente la naturaleza. Esta crisis exige sin duda nuevos enfoques políticos, así como la aplicación de estrategias y nuevas tecnologías más eficientes; pero sobre todo exige asumir con coherencia el nuevo paradigma de sustentabilidad ecológica y social, y ello requiere un nuevo enfoque ético y cultural basado en los principios de equidad intra e intergeneracional; implica asumir el principio de responsabilidad con la radicalidad que requiere la amenaza global, sólo así se puede enfrentar una situación como la que vivimos.
Vivimos del prejuicio. Se requiere un cambio cultural profundo, una ruptura, no un simple cambio de piel, como diría Augusto Ángel Maya. Se trata de una transformación raizal, pues, así se nos endilgue que predicamos la catástrofe, los signos de la época nos alertan acerca de este camino al abismo, y del caos que se expresa sobre todo en la privatización violenta de la vida.

2. La ideología que sustenta la privatización, mercantilización del agua
Don Miguel de Cervantes Saavedra, en el Discurso a los cabreros (I, XI, 1605) en Don Quijote de la Mancha, pone en boca del Ingenioso Hidalgo las siguientes imágenes y reflexiones: Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que literalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnifica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo.

La ideología neoliberal, base cultural de la coacción del agua como mercancía
El agua no es ni puede ser una mercancía, pero, como dice el mejicano Jorge Veraza en su texto “La economía política del agua”, puede ser forzada a funcionar como mercancía a través del precio. El agua en sí y para sí no es una mercancía. El agua se monopoliza, y quien la monopoliza obliga a que se le pague una renta, esta agua a la que se le pone precio deviene mercancía.
Volviendo a la teoría del valor, recordemos que las cosas y bienes que poseen valor son aquellos que incorporan trabajo humano, y desde esta perspectiva el agua no tiene valor, pues el ser humano no puede producir agua, o no la puede producir sino en ínfima cantidad y con un inmenso gasto de energía. Es el agua condición de la existencia del ser humano y de la vida en el planeta azul. “Todavía no es accesible a los seres humanos el proceso de producción del agua. El hecho de que el agua no pueda ser producida hasta hoy sino en forma mínima y residual nos la ofrece como un recurso natural no renovable y por supuesto vital o del que depende la vida, como en el caso del aire”.
La pregunta que salta es: ¿si no tiene valor, por qué se le pone precio? O también, para salirnos de la connotación económica de la palabra valor, ¿por qué, si es invaluable, se le pone precio? Una característica del neoliberalismo es precisamente la de imponer precio y extender la propiedad privada sobre todo. El agua y todas las necesidades básicas de la población entran en esta lógica de coacción y monopolio sobre el bien común transformado en mercancía. Siempre el agua ha sido considerada un bien común, y aunque la palabra patrimonio tenga una connotación patriarcal desde su origen, usémosla para connotar su sentido de riqueza nacional y patrimonio común de la nación. Casi todas las constituciones y las legislaciones la conciben así, y nuestro ordenamiento jurídico la define de diversas maneras, ya sea implícita o explícitamente. En síntesis, podemos afirmar que históricamente el agua ha sido considerada como bien común, público, patrimonio natural de la nación, parte integral del medio ambiente y, por ende, inembargable, inalienable e imprescriptible.
Uno no compra “agua”, se confunden los procesos de extraerla, purificarla, y embotellarla, almacenarla, canalizarla y transportarla, así como refrigerarla y calentarla, desinfectarla, desodorizarla y clarificarla, etc., Todos estos procesos y procedimientos hidroútiles la vuelven utilizable, le añaden valor y la hacen valor de uso, nos permiten beberla, asearnos, producir nuestra alimentación y gozarla en la diversión, pero ella siempre es la misma sustancia, siempre permanece como una condición de esos procesos, carente de valor. Estos procesos son los que tienen valor, porque tienen trabajo humano, esfuerzo humano, pero el agua no. Ella es la sustancia de la vida, y en la lógica económica “el agua es un valor de uso, carente de valor y premisa de la vida”.
Mercantilizarla mediante la imposición de un precio es entonces un acto de injusticia flagrante, una coacción monopólica que da pie a que funja como mercancía, que fuerza las apariencias y hace de esta condición de la vida, con sus atributos complejos, objeto de apropiación privada violenta. Y si esto se une a la […] renuencia a considerar al agua como derecho, esto es, un bien común o una riqueza nacional, permite que su conversión en mercancía por nueva imposición de precio mediante su apropiación privada monopólica no parezca ser lo que es —una injusticia y una violencia— sino la aplicación del derecho privado para promover el progreso social.
Nos están confundiendo, cuando acudimos al sentido común y planteamos la pregunta ¿y de quién es el agua?, las respuestas todas afirman que de nadie y de todas y todos. De todas, de todos los seres vivos, del planeta, de la Pacha Mama, de la madre tierra, de la naturaleza; nadie dice de la propiedad privada sobre el agua.
A la gente le parece, por puro sentido común, que es imposible siquiera pensar en la monopolización del agua, porque un vaso de agua no se le niega a nadie, y por siempre ella ha estado allí, dispuesta, distribuyéndose democráticamente para la vida.
Ella corre cantarina y transparente, turbulenta y asumiendo los colores de la arena, de la tierra, de las piedras, del arco iris, colores diversos, todos los colores que la luminosidad del sol le permite. También se hace brillante en la oscuridad de la noche cuando platea con la luna. Ella nos hace hablar con la fluidez de su movimiento, y su movimiento se hace lenguaje humano. Su turbulencia nos baña y atemoriza y su fuerza nos da la energía personal y social que nos hace una especie capaz de habitar la Tierra toda.
Desde la Declaración de Dublín, Irlanda, en el comienzo del año 1992, a quinientos años del llamado “descubrimiento de América”, en la Conferencia Internacional sobre el Agua y el Medio Ambiente —CIAMA—, que reunió a 500 participantes de gobiernos, sector privado y ONG, se comenzó a practicar esta concepción cuando se afirmaba que el agua era un recurso finito, caracterizado por su escasez y que debería reconocérsele como un valor económico.
Dice su Principio N.º 4 que […] el agua tiene un valor económico en todos sus diversos usos en competencia a los que se destina y debería reconocérsele como un bien económico. En virtud de este principio, es esencial reconocer ante todo el derecho fundamental de todo ser humano a tener acceso a un agua pura y al saneamiento por un precio asequible. La ignorancia, en el pasado, del valor económico del agua ha conducido al derroche y a la utilización de este recurso con efectos perjudiciales para el medio ambiente. La gestión del agua, en su condición de bien económico, es un medio importante de conseguir un aprovechamiento eficaz y equitativo y de favorecer la conservación y protección de los recursos hídricos.
Se entroniza todo ese lenguaje de eficiencia, eficacia, clientes y usuarios. Y el asunto de la escasez es también muy relativo, ¿escasez de agua en Colombia, cuando nuestro diverso territorio nos la brinda en abundancia? El asunto es político y es social. Se lo publicita como bien escaso para ponerle precio. Uno podría afirmar que cada territorio y ecosistema poseen el agua que necesitan, y el asunto humano se vuelve un problema de adaptación y gestión según la lógica del ecosistema. Se podrá hacer escasa en la medida en que se la contamina y privatiza, pero el asunto sigue siendo de adaptación cultural, de control social, de economía y, en últimas, de ecología política.
La implicación de esta concepción ideológica que mercantiliza el agua lleva a la privatización, y entonces un bien público, un bien común, una condición de la existencia de la vida en el planeta, pasa a ser controlado por empresas privadas. Se venden las empresas públicas estatales y la sociedad pierde completamente el control.
Al dársele al agua esta connotación que la mercantiliza se vuelve objeto del manejo empresarial. Silvia Ribeiro, en su artículo “Las caras de la privatización del agua”, que forma parte del libro Aguas en movimiento de los amigos y amigas de Uruguay, nos sintetiza las maneras de la privatización muy claramente:
1. Privatización de los territorios. Monopolio del uso del agua por empresas que compran territorios donde se encuentran las masas de agua necesarias para su industria.
2. Privatización por desviación. Construcción de megaproyectos represas, hidrovías y desviación para consumo agroindustrial, industrial y urbano.
3. Privatización por contaminación: es una apropiación “negativa”, pues se usan los cauces y los cuerpos de agua, los humedales, para deshacerse de desechos y aguas residuales, contaminando e impidiendo su uso a otras personas y comunidades.
4. Privatización de los servicios de agua potable, mediante concesiones y contratos. Accede al agua potable quien la pueda pagar. (En Colombia este proceso de mercantilización del agua tiene un marco legislativo en la Ley 142 de 1994, que procura la eficiencia económica en detrimento de la de la eficiencia social.)
5. Privatización por embotellamiento, negocio de máxima mercantilización, que bajo la falsa oferta de un agua de mejor calidad la embotellan y la venden hasta más de 200 veces su valor, si la comparamos con el agua de nuestro acueducto. Según Confecámaras (2005), se estima que el mercado potencial de agua embotellada en Colombia creció, entre 1999 y 2004, a una tasa de 12% anual, y alcanzó para el 2004 un valor de 87 millones de dólares. De acuerdo con el INVIMA, existen 724 registros vigentes de empresas fabricantes de agua embotellada, 100 de ellos en Bogotá.
6. La privatización del monopolio de las tecnologías por parte de empresas que son presentadas como las únicas que pueden permitir el acceso al agua, porque son las que tienen las tecnologías.
Esta ideología de la privatización desprestigia al sector público y comunitario que hace gestión social y pública del agua, y vende la idea del privado más eficiente y de la libre competencia como la manera de lograr que más gente acceda al agua potable en un tiempo más rápido. La experiencia demuestra, por lo general, lo contrario.

3. La privatización avanza en Colombia
Ya enunciábamos el papel de la Ley 142 de 1994 en el proceso de privatización del agua en Colombia. Como lo sintetiza Rafael Colmenares, vocero del referendo por el agua, este proceso privatizador en Colombia asume varias modalidades, entre ellas: 1) La concesión total mediante la cual se entrega la infraestructura pública a una empresa privada o mixta que entra a administrar o gestionar la administración del servicio. 2) La concesión parcial o tercerización, mediante la cual se entregan algunos aspectos de la gestión, como la medición del consumo, tal como ocurre en Bogotá con los operadores especializados que cubren cinco zonas del casco urbano. El resultado es claro: aumento de las tarifas del servicio de acueducto y alcantarillado y la exclusión del servicio de las personas usuarias que no pueden pagarlo. La Contraloría General de la República informa que entre 1995 y 2002 los incrementos oscilaron entre el 38 y el 226% en las 18 principales ciudades de Colombia. En Bogotá, entre 1995 y 2005 se reporta una cifra de 236.754 suscriptores desconectados, sobre un total de 1.600.000 suscriptores. Y en el valle de Aburrá terminamos el año 2006 con cerca de 60.000 suscriptores desconectados del servicio de agua potable.
Y es que mientras en el sur del continente las multinacionales retroceden ante la movilización popular y la recuperación por parte de instituciones de gestión pública de los sistemas de acueducto y alcantarillado, aquí en Colombia el proceso de privatización está en pleno avance.
El avance en la privatización del servicio de acueducto y alcantarillado en los últimos años amenaza incluso las propias fuentes de agua, mediante concesiones a largo plazo y un eventual mercado de títulos de las mismas, la creación del consejo hídrico nacional y los consejos de cuenca, con predominio del sector usuario, es decir, empresas de servicios públicos privatizadas, la agroindustria y la eliminación de los mecanismos de participación ciudadana, como las audiencias públicas, entre otros asuntos que se promueven en un proyecto de ley en el Congreso de la República desde el año 2005.
Esta situación se ventiló en la Campaña nacional en defensa del agua como bien público y condujo a la creación del Comité Nacional en Defensa del Agua y la Vida, y nos llevó a promover la iniciativa de un referendo para consagrar en la Constitución que el agua debe ser por siempre un bien común y público de las colombianas y los colombianos, y que el acceso al agua debe ser un derecho humano fundamental. Esta iniciativa está argumentada en la exposición de motivos y el articulado propuesto, y debe basarse en una nueva ética del agua, para cuyo propósito me atrevo a sugerir un decálogo ambientalista en nuestra relación con el agua como bien común, sin culpas y sin la disolución de la responsabilidad en la idea de un individuo irresponsable, cuando se trata de una responsabilidad social y cultural, a causa del estilo de vida impuesto por la concepción hegemónica del desarrollo.

4. Una ética del agua
El capital transnacionalizado, la globalización transnacional como exacerbación de la acumulación, el egoísmo y la explotación de los propios seres humanos y la naturaleza, amenaza irreversiblemente el sistema de la vida, la trama de la vida y ella clama, como continente, por una comprensión de los límites naturales.
Así suene a cantaleta reiteremos: El agua no nace, ella ya nació hace 4.500 millones de años, es inmanente a Gaia, y en su incesante ciclo se conserva en una cantidad limitada en el planeta; ella está allí, en todas partes, ubicua, humedece el planeta todo, repartiéndose, si pudiéramos verla prístina, en las cantidades que cada ecosistema le reclama, necesita y contiene. Ella no es como el oro o el petróleo, ella es simplemente irremplazable y punto.
El agua existe en una cantidad limitada sobre el planeta, y esa cantidad lo hace que el planeta se vea azul desde el espacio exterior. Su ciclo, su propio ciclo, es el único capaz de reciclarla, de allí que podamos afirmar que la única alternativa es comprendernos en su ciclo, somos parte del ciclo del agua, pero no somos arte del ciclo del agua, y ella interroga nuestra comprensión, nuestra inteligencia, nuestro compromiso. Ella transcurre por nuestras venas, es nuestra posibilidad de ser. ¿Es acaso muy difícil de entender? Nuestra mente enajenada no comprende la trascendencia de hacernos a la sencillez de la participación consciente en el ciclo de la vida, en el ciclo del agua, pues ello implica despojarnos de la creencia aquella que se ha hecho mandato mítico: “dominad, mandad, dominad”.
“Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que mande a los peces del mar y a las aves del cielo, a las bestias, a los animales salvajes y a los reptiles que se arrastran por el suelo. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó. Macho y hembra los creó. Dios los bendijo diciéndoles: sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Manden a los peces del mar a las aves del cielo y cuanto animal viva en la tierra” (Libro del Génesis).
El otro asunto que tenemos que reiterar siempre es que el agua dulce no representa más allá del 2% del agua que se cicla en la Tierra. Y esta agua dulce es nuestra bendición y puede ser nuestra desgracia si no nos ponemos de acuerdo como sociedad, pues compartimos el privilegio —hoy es un privilegio—, de estar entre los seis países que poseemos la mitad del agua dulce del mundo: Brasil, Rusia, Colombia, Canadá, Indonesia y China, que posee sólo el 7%.
Así como el planeta tierra debería llamarse planeta agua, nuestro país podría llamarse el país del agua. El país del agua dulce y el agua salada. El país que paradójicamente condena a más de 13 millones de personas a vivir sin agua dulce y fresca, potable y de fácil acceso. Paradoja que ofende nuestra dignidad. El país del agua ha condenado a mucha de su gente a vivir en conflicto con el agua. Ante el despojo de sus tierras, la gente va a la orilla de ríos y cañadas y claro, ¡oh, desastre natural! “Desastre natural” llaman al desastre social que ha construido una sociedad que hace del río cloaca, del humedal un pastizal, del páramo un sembradío de coca y amapola, condenando en este país del agua a la sed absurda de su gente, y todo por el lucro rápido y el enriquecimiento fácil.
Es imposible hablar de derechos sin hablar de deberes, es imposible concebirnos como arte y parte de la magnificencia de la vida, sin una tabla de valores que permita comprendernos en la particularidad de nuestra existencia individual, de nuestra subjetividad, y a la vez de la universalidad y la complejidad de la trama de la vida. Si, el derecho a agua potable, a su acceso y suministro es un derecho y ella, la sustancia de la vida es un bien común a condición de comprender su manera de ser, de estar, de determinarnos, de sustentarnos y sobre todo a condición de valorarla, que es valorarnos. Los valores que transformen nuestra relación con el agua se podrían sintetizar así:
I. Ser responsables
La ética del agua debe basarse en los propios atributos del agua. Una comprensión de la ecología del agua y, más aún, de la ecología política del agua nos permite comprender los límites. Desde el planteamiento de Hans Jones el primer basamento de una ética del agua es el principio de responsabilidad. Descrita la problemática global del agua, asociada a la crisis ambiental global, podemos colegir que para enfrentarla se requiere una ética de la responsabilidad, una cultura de la responsabilidad que renueve las relaciones entre los seres humanos y de la sociedad humana con las bases mismas de la vida.
El principio de responsabilidad nos pone cara a cara con el límite. Cuál es el límite de la violencia, cuál es el límite de la explotación, cuál es el límite de la contaminación. Es la inteligencia de Gaia, es su capacidad de autorregulación, es ella en ciclos de ciclos la que nos expresa los límites y clama porque nos comprendamos en ella, como parte de esa trama compleja. Ser arte y parte, y no la parte que rompe, irrumpe, corta, coarta, expulsa, excreta, ensucia, arremete, agrede, se agrede, en una guerra sin fin que hace cómplices a diestra y siniestra desde una utópica creencia ciega en la tecnología y en una ciencia que todavía, como en la búsqueda del Dorado, cree que tiene que descubrir y robar los secretos y tesoros de la entraña de la tierra, porque ése es el sino del ser humano. Falacia utópica que nos lleva a la catástrofe global, y que se basa en la concepción antropocéntrica y patriarcal que sustenta una acumulación egoísta y violenta que coacciona y tiene en riesgo la vida en común y los bienes comunes, y que impide la construcción de sociedades humanas capaces de vivir la felicidad en un estilo de vida basado en la convivencia, la paz y la vida en democracia, comprendiéndonos como parte de la biosfera, única posibilidad de pervivencia de la especie humana.

II. Estar en fluidez
La fluidez es la propiedad de los cuerpos cuyas moléculas tienen entre sí poca coherencia, y toman siempre la forma del recipiente donde están contenidos. Ser fluidos y fluidas como el agua, adaptarnos al entorno cual recipiente, expresarnos libremente y de manera clara; fluir es una condición de la relación clara y tranquila con las otras personas que conduce a otro valor fundamental: la transparencia.

III. Ser transparentes
En el sentido de dejarnos ver y sentir de las otras personas. Las aguas claras nos dan la imagen de la tranquilidad que se deriva de un comportamiento honesto que lleva a la verdad compartida, a la construcción colectiva anclada en la confianza. Beber agua cristalina y transparente nos da alegría al verla tan preciosa y sentirla fresca y con sabor a manantial, todavía en nuestro país podemos tomar agua de manantiales y refrescar nuestras entrañas y sudar y orinar y sentir que ella nos recorre y equilibra.

IV. Estar en equilibrio
El agua que refresca nuestras entrañas, que humedece nuestro alimento, que permite su cocción, su frío, su calor, su simpleza, su salinidad; esa agua que sudamos, que orinamos, tenemos que beberla en una cantidad tal que no rompa nuestro equilibrio; nos enseña así que todo tiene sus límites y posibilidades. Si no regulásemos el consumo de agua nuestros riñones no serían capaces de eliminar oportunamente su exceso. El exceso de agua diluiría los niveles de sodio, potasio y cloro en nuestra sangre, no sería posible su adecuada regulación, y los efectos sobre nuestro cerebro, corazón, respiración y movimiento serían negativos. La sed nos irrita y nos desespera, y difícilmente llegaríamos a una deshidratación, pues vamos reemplazando el agua que vamos eliminando. El agua nos reclama el equilibrio, nos lo exige y enseña.

V. Estar en movimiento
Como el agua: nuestra responsabilidad con nosotros y nosotras, el autocuidado, se basa en el consumo de agua. Sin agua es imposible el alimento, el aseo, nuestro embellecimiento diario, la seducción y el amor, estar en familia, en comunidad y en sociedad. Nuestro compromiso debe estar basado en el movimiento, moverse es participar, opinar, resistir, proponer, amar y amistar. En movimiento como el agua, es otro valor que es posible practicar, ella es quien nos lo permite. Sin agua no hay movimiento y sin movimiento nos roban el agua.

VI. Ser en reciprocidad
El ciclo mismo del agua nos enseña la reciprocidad. El agua hecha vapor va a la atmósfera y se hace nube, el agua se fija en el suelo y se hace páramo, humedece la vegetación y a todos los organismos vivos que compartimos la biosfera, y transcurre por ríos y quebradas, por lagos, lagunas y ciénagas y se hace subterránea, va al mar, en un incesante movimiento que surte esa humedad necesaria para cada ecosistema. Al no ser en reciprocidad con el agua la hemos vuelto escasa, la escasez nos la inventamos socialmente por la manera de habitar, producir y vivir, pues la no reciprocidad con el agua es el reflejo de la inequidad, la injusticia social, la privatización de los bienes comunes, el egoísmo, el individualismo, el consumismo y todos los valores que caracterizan la sociedad humana actual y el modelo hegemónico de producción y vida. Ser recíprocos es comprendernos en este ciclo y participar con la inteligencia que el mismo nos propone, es no creernos el centro del universo, sino parte de él; es romper esta creencia antropocéntrica fundada en el poder acumulado, que conduce inexorablemente a la destrucción de las condiciones de la vida en el planeta.

VII. Ser precavidos/as
Las aguas turbulentas nos enseñan la precaución y las aguas desconocidas siempre nos llevan al temor y al miedo. Las aguas profundas, las aguas de colores, amarillas, negras, verdes, nos incitan a estar alertas, a no ser temerarios. Las olas, el movimiento del agua, el río correntoso, la laguna inmensa, el mar abierto, la cascada fuerte, nos inducen al cuidado y a la precaución. Ojala así fuésemos al enfrentar el uso de la técnica que ha llevado a esta lenta y acumulativa destrucción del medio ambiente que se aparece como catástrofe, y en la que el agua se hace presente con la fuerza del huracán, con el desborde de la quebrada, con la inundación y el deslizamiento. Ella nos enseña la precaución, y existe este principio de la normativa nacional e internacional. El límite a nuestra arrogancia es también la precaución, así como caminamos con cuidado sumo por las húmedas piedras de una quebrada, o nos ponemos el chaleco salvavidas para ingresar a una panga, o chalupa o embarcación, así deberíamos proceder en la ciencia y en la aplicación tecnológica.
Según Wikipedia, la enciclopedia libre, “El principio de precaución en materia ambiental se distingue del principio de prevención porque el primero ordena tomar medidas que reduzcan la posibilidad de sufrir una catástrofe ecológica a pesar de que se ignore la probabilidad precisa de que ésta ocurra, mientras que el principio de prevención obliga a tomar medidas dado que se conoce la frecuencia relativa de un evento catastrófico o puede calcularse el riesgo de alguna otra manera”.El principio de "precaución" o también llamado "de cautela" exige la adopción de medias de protección antes de que se produzca realmente el deterioro del medio ambiente, operando ante la amenaza a la salud o al medio ambiente, y a la falta de certeza científica sobre sus causas y efectos.

VIII. Estar en incertidumbre
El principio de precaución le ha dado un pequeño lugar a la incertidumbre, y es posible invocarlo cuando tememos y sentimos peligro y riesgo. Se funda siempre en la consideración científica, en la prueba o en la incapacidad de determinar plenamente el riesgo por la ciencia y obliga a una información adecuada para la comunidad. Se funda, pues, en la llamada incertidumbre científica, y es un avance, pero como principio de nuestra conducta reclama sencillez y tranquilidad, y mermar ese afán de quererlo conocer todo, saberlo todo, dominarlo todo, poseerlo todo. Cuando nos dejamos llevar por una corriente de agua viajamos entre la confianza y la incertidumbre, entre la tranquilidad del agua veloz y el miedo a ella misma y a nuestra tecnología, pero al fin y al cabo viajamos y nos dejamos llevar. Precaución, desde este principio quisiéramos medir hasta la incertidumbre, manía de la Ilustración que sigue buscando el Dorado y no se deja llevar por las corrientes de la imprecisión y lo desconocido. El mismo cambio climático, como fenómeno que nos desconcierta y nos lleva a la actuación global de manera imperativa, es un campo de incertidumbre, pues el clima es complejo y sensible y desconocido, pero por esto no podemos dejar de actuar, cambiar radicalmente nuestra manera de vivir y exigir los cambios que permitan que la vida permanezca y se recree, como compromiso con nosotros y los demás seres vivos actuales y futuros.

IX. Ser solidarios y solidarias
El agua se distribuye libre y no necesariamente de manera igual. Esta desigualdad distributiva del agua nos ha hecho habitar uno de los territorios que más cantidad de agua dulce posee, y para desgracia nuestra, los países que se conciben como el centro del mundo, los europeos y los norteamericanos, sufren la escasez de agua dulce y, por lo alarmante de su contaminación, una de las más terribles formas de la privatización y la muerte del agua. La humanidad, en su capacidad tecnológica, ha logrado crear las maneras de distribuirla en equidad y de usarla devolviéndola al ciclo en condiciones de posible reciclaje.
Desde su voluntad como constructora de la historia, la humanidad es capaz de hacerse parte de su ciclo, o intervenirlo de manera negativa e irreversible por su excesivo uso, por los agrotóxicos de una agricultura también insostenible, por la contaminación procedente de la industria y por las obsoletas tecnologías de alcantarillado. Tenemos el privilegio de una desigualdad natural, tenemos agua dulce subterránea y en nuestra superficie para abastecernos como país, abastecer esta generación presente y a las futuras, y la única condición es hacer un manejo solidario y democrático, sostenible y responsable de los procesos que permiten llevar el agua a nuestra gente y a todas las regiones.
Una política del agua es por definición solidaria, democrática, participativa, soberana y popular. El agua es objeto de intereses mezquinos y egoístas, y ya se desarrollan estrategias jurídicas, políticas económicas y tecnológicas desde estos intereses que buscan la apropiación privada y desigual.
En la relación con el agua los seres humanos tenemos que ser solidarios y solidarias. Así lo enseñan las comunidades organizadas con sus prácticas de solidaridad y justicia ambiental, cuando desde el terruño organizan sistemas de agua en minga y convite, es decir, en comunidad.

X. Ser democráticas y democráticos
Estar y ser en democracia. Construir una democracia azul basada en el bien público, en el bien común. Colombia tiene que vivir en democracia su vínculo con la fuente de la vida, el agua. La sociedad colombiana se tiene que reconciliar en ella, en su conservación y protección, y en garantizar que cada colombiana y cada colombiano accedan al agua potable necesaria para vivir con dignidad, sin discriminación. Esta decisión consciente, este pacto por el agua, será un pilar de la reconciliación, la justicia, la paz y la sostenibilidad de nuestra sociedad que se merece una oportunidad en esta tierra. La democracia es una manera de hacer y de ser, en esta lucha por la defensa de los bienes comunes, del agua, seamos demócratas de raíz. Para ser en democracia no podemos estar desinformados/as. Eso es irresponsable. No podemos, inermes, caer en la pasividad, pues la democracia se hace en movimiento y participando, exigiendo y construyéndola en el diario vivir con la paciencia de la gota de agua, con la agilidad de su viaje por recovecos, con su movimiento permanente y su transparencia.
Así como en Uruguay y Bolivia y en muchos rincones de América Latina, hoy en Colombia nos decidimos por la democracia en la defensa del agua como sustancia vital. Hoy el movimiento se hace caudal democrático a paso de palabras y firmas, de caminatas y festivales de cantos para que el agua fluya, de movilizaciones y debates, de pintarnos de azul, de humedecernos en colectivos que hacen consensos alrededor del agua. Contra las grandes corporaciones que pugnan por el control del agua, en veredas y corregimientos, en los barrios y las plazas, en la casa y los campos, se levanta la palabra indígena, la voz de la gente negra, el canto de los campesinos y las campesinas, de las mujeres y las juventudes, del magisterio, las trabajadoras y los trabajadores, la gente de las universidades y del sistema de gestión pública, empleados y empleadas y empresarios, mucha gente de Colombia con sentido común dice: “Claro, el agua es de la naturaleza, es de todas y todos, y así debe permanecer”.

1 comentario:

  1. Cordial saludo, aprovecho la ocasión para reconocer su compromiso con la información a favor de gestionar un mundo mejor. Sin más preámbulos les informo de los acontecimientos más importes que hoy por hoy son materia informativa en Colombia; las elecciones presidenciales, una época en donde las maquinarias políticas tradicionales y partidistas enfilan su arsenal de promesas para conseguir llegar al poder y continuar con la agonía de los colombianos. Sin embargo un suceso sin presentes en la historia política y de la democracia de nuestro país ha permitido entrar a la contienda electoral a un Movimiento significativo de ciudadanos que no hace vislumbrar una esperanza para la verdadera transformación de Colombia. El Movimiento bautizado La Voz de la Consciencia inicio su gestión con la participación de 1.200 voluntarios, personas del común que se cansaron de las injusticias a las que han estado sometidos gobierno tras gobierno, colombianos y colombianas que pagan servicios públicos, impuestos, alimentación, la educación de sus hijos, una seguridad social inservible, que no aguantaron más el flajeo de la violencia, la falsedad de los falsos positivos y la desigualdad y que decidieron hacer algo por cambiar esta dura realidad. Eligieron de entre ellos mismos un líder proclamado por el entorno político como no conocido, y en tan sólo 4 meses lograron reunir más de un millón de firmas para inscribir legalmente su candidatura, invirtiendo para esta gestión una cifra minúscula en comparación de las multimillonarias sumas de dinero con las que financian los politiqueros sus campañas. A pesar de que el candidato de la Voz ha tenido que enfrentar la indiferencia y la censura de los medios de comunicación, que le han cerrado sus puertas y lo han sumido en el anonimato y el de nulo apoyo económico por parte del estado, se ha mantenido firme llevando su propuesta de gobierno a través de una interesante campaña en internet y del trabajo cientos de voluntario que invirtiendo recursos y tiempo están difundiendo voz a voz su mensaje de consciencia. Entre sus propuestas de gobierno que más llaman la atención se destaca la descentralización del gobierno, bajo el argumento que la problemática de toda Colombia no la puede solucionar un solo hombre, haciendo una invitación a que cada uno de los colombianos seamos autogestores de un país mejor. También propone acabar con los bancos y hacer cooperativas y economía solidaria empoderando la gente de los barrios y comunidades. Es indispensable informar a las personas sobre este acontecimiento social que puede ser el inicio de un cambio a favor de Colombia. Permitámosle a más colombianos conocer esta propuesta a través de la página www.lavozdelaconsiciencia.com y el canal oficial de la Voz de la consciencia en Youtube

    http://www.youtube.com/watch?v=jk501LwQ5aQ&feature=related.

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